El embrujo de Granada
by
Lucy Solen
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La
maravilla de aquel lugar, no sólo eran las vistas espectaculares de la
Alhambra, sino cerrar los ojos y perderse en él, en esa locura que a ambos nos poseía
cuando estábamos juntos, ese era el mejor escenario de cuanto podía poseer esta
ciudad.
Así,
en ese lugar tan mágico para todos, formó parte de nuestra vida, donde vimos
pasar cada cambio de estación. La belleza era eterna, inmortal, permanecía
perpetuo como nuestro amor. Allí vimos caer las primeras hojas del otoño,
tiñendo todo cuanto nos rodeaba de esos colores dorados, amarillentos, dejando
despojado a los árboles de cuantas hojas tenían. Y siempre él y yo, en aquel
lugar nos regalábamos nuestro amor, nuestra complicidad en palabras o en
silencios, con la mirada y la expresión de nuestro cuerpo.
Ese
mismo lugar vio junto a nosotros la primera caída de esos tímidos copos, la
entrada al invierno, a ese frio, esos días de quedarse en casa, pero nosotros
cada semana acudíamos fieles a ese lugar a llenarnos de esa magia, contagiarnos
del hechizo para deleitarnos con el embrujo de Granada y la seducción que nos
hacía sentir a los dos.
En
la noche ya caída, y bajo ese manto de luces que nos observaban, nos besamos
regalándonos nuestro amor, nos separábamos dándonos caricias, su mano entre mi
cuello y mi mandíbula dibujaban el
contorno de mi cara con la yema de sus dedos, algo delicado, lento y tierno, un
elegante en sus movimientos, discreto y seductor solo con su tacto. Ese momento
lo hubiera parado para el resto de mi vida si hubiera encontrado la fórmula
correcta, por el contrario, el tiempo pasaba rápido, sin piedad, vertiginoso
delante de nosotros, tan fugaz y veloz que era imposible de parar, pero aun así,
cada momento con él, era vivido únicamente con tanta fuerza, que todo el cielo
de Granada se podría estremecer a nuestro paso.
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